Relato del desenfreno de un corazón roto
- Heriberto Sánchez García.
- 27 jun 2015
- 2 Min. de lectura

Al día siguiente recuerdas cada roce, cada toque. En la piel guardas las memorias de sus manías y revives la calidez de esas manos. ¿Por qué tienes tanta sed si ni siquiera estuviste bebiendo? ¿Así es como se manifiesta la cruda moral también? Despiertas con una sensación inexplicable de vacío. Te miras al espejo y no te reconoces pero eres el mismo. Nada falta en tu casa pero sí dentro de ti. Se llevaron un trozo de tu agonía y lo reemplazaron por un triste duplicado de eso que llaman amor, pero el muy embustero no te dijo que era efímero. Te bañas y el agua lava todos tus recuerdos de aquella noche volátil de pasión. El frío dentro de ti te obliga a abrigarte y por alguna extraña razón, te sientes más desnudo que nunca.
Eso es lo que buscamos cuando tenemos el corazón hecho trizas, ¿No? Sentirnos vivos en la piel de alguien más, engañarnos a nosotros mismos y evitar la realidad; la herida te está matando por dentro y solo queda refugiarte en las caricias de otra persona con las mismas carencias que las tuyas, con una herida similar, con esa misma soledad. Alivias el dolor con dolor ajeno. Sientes que tienes el control del desenfreno que estás viviendo, que esto lo has decidido tú, aunque tu corazón, llorando, te dice que lo perdones porque ha fallado otra vez. Se entregó sin pena ni gloria. No importa ya. Te vuelves la puta de tus sentimientos. Ignoras ese llanto interno y sigues con esa pasión intensa y sintética. En ese momento no estás solo, pero siempre despiertas con la cama vacía y el aroma de otra piel desconocida. Todas las mañanas se vuelven un infierno, pero en las noches crees haber encontrado el paraíso.
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