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Las Santurronas

  • Luna Vicario
  • 17 dic 2016
  • 1 Min. de lectura

Las santurronas esconden sus vaginas de fuego en faldas largas. Las santurronas se hablan con miradas coquetas, y mejillas rojas. Rozan sus manos con la punta de los dedos y se dan besos discretos en la comisura de los labios para no levantar sospechas. Se ríen una de la otra y luego apartan la mirada, mezclan la ternura con la sed y el deseo.

El cielo y el infierno se mezclan y crean nuestro mundo terrenal. Se aman en privacidad, reclaman su sexo, gimen y piden más, dejan de ser santurronas para convertirse en humanos, creados por materia volátil y reacciones químicas aceleradas.

Se dan de nalgadas, rasguñan su espalda y besan cuellos. Las santurronas no se crean ni se destruyen, solo se funden y se transforman en fuego, derriten hielo, incendian casas, camas y sábanas. Las santurronas son discretas porque quieren, no porque lo sean. Viven en un eterno juego de escondidas y resortes, lo que se estira aquí se contrae allá y viceversa. No requieren de palabras ni de protocolos absurdos, los sentimientos quedan de fuera y las manos adentro. Las santurronas, son amantes de clóset.

Pueden ser los seres más perversos y libidinosos cuando están a solas, pueden serlo todo pero jamás santas ni putas.

 
 
 

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