top of page

A Veracruz

  • Julia M. González
  • 20 oct 2016
  • 2 Min. de lectura

Fotografía: Heriberto Sánchez

En dí­as nublados como este, cuando ni la taza de té humeante entre mis manos logra brindarme algo de calor, mi mente, de forma involuntaria e inevitable, emprende el camino de regreso a casa, y sobrevuela como una gaviota las playas de mi hermoso Veracruz.


En momentos como este, cuando no puedo discernir entre el dolor que invade mi cuerpo y la pena que lacera mi alma, dirijo la vista al sureste, para ver si aquí­, entre las montañas, me llega el susurro del mar, padre sabio, para calmarme el espíritu. Cierro los ojos para encontrar entre sus ráfagas olor a sal la risa de mi madre.


Y casi siempre lo logro, y entonces siento entre mis dedos la cálida arena de las playas del sur, y me llena los pulmones el aroma del café del centro, y mi alma vuela sobre las montañas del norte, sobre cascadas y ríos que desembocan donde anidan las sirenas; y casi puedo ver el Pico de Orizaba, gigante orgulloso, erguirse sobre mí­, y al Salto de Eyipantla, mujer vanidosa, deslumbrarme con su belleza. De pronto, las notas de un arpa resuenan contra las montañas y el aire seco del desierto baila al son de la jarana, al ritmo del violín, y mi cuerpo entero vibra con la música invisible que el viento arrastra desde mi tierra.


Mientras respiro embelesada el aroma de la vainilla de Papantla y mis pies apenas logran resistirse a zapatear al ritmo de La Bamba, me da un vuelco el corazón y, de repente, me encuentro mirando de lleno a los ojos de mi gente, ojos que ocultan tras sus párpados 300 años de secretos, de tesoros escondidos y nunca más desenterrados, ojos que resguardan la esperanza de dioses olvidados. Abro los puños y elevo las manos al cielo, ansiando el cálido contacto de las manos de mi pueblo, manos que acunan sueños destruidos por la violencia, manos de las que se nutre el campo, de las que brota la música con la que bailan las olas. Sonrío de pronto con la sonrisa de Veracruz, con labios que hablan la lengua de los dioses, que le componen versos al mar y a la esperanza.


Se me alegra el alma al pensar en Veracruz, y las palomas que guardo en el pecho elevan una plegaria para que ese pueblo de risa fácil y brazos abiertos se levante, para que esa gente valiente no olvide nunca que es hija del mar, del maíz, de la serpiente emplumada, para que mire siempre arriba, mi gente.


Pero la ilusión pasa, y aunque el viento se lleve el aroma de la caña, la canela y la miel, aunque las montañas ahoguen el eco del danzón, y aunque el sol ardiente del norte borre todo rastro del azul del mar de mis amores, mi corazón sonríe, porque sabe que, a pesar de la añoranza, cada paso que mis pies den en estas tierras lejanas y cada camino que recorra en tierras más lejanas aún, lo llevará un paso más cerca de regresar a casa, de volver a ver las gaviotas volar sobre las playas de mi hermoso Veracruz.

 
 
 

Comments


pUBLICACIONES DESTACADAS

Palabras de un Fénix© Copyright 2015. "A través de este enunciado hacemos expreso que las publicaciones existentes en este blog pertenecen a nuestra autoría. Queda prohibida la difusión de las obras sin dar crédito a los respectivos autores."

bottom of page