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De comienzos y desenlaces

  • Julia M. González
  • 29 dic 2015
  • 1 Min. de lectura

Llevamos en los huesos polvo de estrellas.

Somos restos de cometas ancestrales,

cenizas de una explosión que dio inicio al destino.

Somos polvo estelar que cruzó galaxias,

partículas subatómicas que desafiaron el tiempo,

que vencieron los caprichos del azar

y cuyo destino final era colisionar esta noche.

Antes de estrellar sus labios contra mi piel

me dice que vino para quedarse.

Murmura palabras con las manos,

va dejando mensajes cifrados sobre mis labios

y las marcas del primer café sobre la mesa.

Jura que encontró el cielo en mi garganta

y que el Zodiaco completo habita en mi espalda.

Yo juro que no me engaño si le creo.

Él no es más que las ansias

que le descubro colgando de las manos,

no es nada más que el miedo

que le veo escondido en los ojos.

Nos vamos construyendo de roce en roce,

a besos nos llenamos los huecos que nos faltan.

En este juego de ciegos

no tenemos pasado.

Me rodea,

me sofoca,

me invade los sueños

y me reconcilia los días.

Yo soy la se encontró de nuevo entre sus brazos,

la que le adivina las cicatrices

y le espanta a Soledad a base de caricias.

Soy la que le calma las angustias,

quien le recoge los sueños abandonados

y le aprende de a poco las manías.

En este juego de ciegos

nos vamos construyendo el futuro.

Lo curo

lo calmo,

le espanto las pesadillas

y le acompaño los insomnios.

Hoy, esta noche,

no importa quién sea él

ni qué pecados haya cometido yo

que en este abrazo renacemos los dos.

Y es que quizá nacimos de la misma estrella...

 
 
 

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