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El naufragio de su recuerdo

  • Heriberto Sánchez G.
  • 13 feb 2016
  • 1 Min. de lectura


Le pedí al mar muchas veces que me llevara, ya no soportaba este sentimiento que de repente golpeaba como la marea viva a las costas y otras veces se quedaba álgido dentro de mí, tanto, que hasta podía ver mi reflejo en ellos, no sabía qué hacer.


Era una sensación muy diferente a nuestro amor. No era cálida, ni apacible, era más bien más bien estridente y precipitada; y dolía, dolía como ver las olas azotando las piedras. Todo seguía ahí atascado, hasta que lo empecé a hablar.


Le conté al mar mis secretos y mis miedos, lo hice cómplice de este sufrimiento que apenas voy entendiendo y sentía cómo con sus olas que acariciaban mis pies, me susurraba que algún día todo este dolor me hará sentido en la vida, confío en que así sea porque, ¿Quién más sabio que el mar? Está en casi todo el planeta, estoy seguro que todo lo ve y todo lo oye, se lo lleva todo a su inmensurable profundidad, vuelve todos nuestros secretos suyos y reserva sus consejos para las personas que saben escuchar.


Poco a poco fui soltando, me fui entregando a su majestuosidad y ahí, solamente en compañía de la fuerza de sus olas que me obligaban a avanzar, grité tu nombre, te maldije mil veces y te amé mil y un más. Te odié por amarte tanto, te lloré hasta que hice mi propio océano sobre mis mejillas y ahogué tu recuerdo para después sacarlo a la orilla y volver a darle vida. Porque me di cuenta de la ironía; entre más te hundías en el fondo del mar, más te hundías en mi corazón.

 
 
 

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