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"Y"

  • Luna Vicario.
  • 24 mar 2016
  • 2 Min. de lectura

No había existido la mujer que me tuviera atada de manos y pies con lazos invisibles, aún no nacía quien tuviera el poder de hacerme dudar sobre amar o no hacerlo. Hasta que le conocí y tuve que enfrentarme al miedo de perecer sin haber amado lo suficiente.

He vivido todo este tiempo con la idea de que no debemos contenernos las ganas de amar, aún cuando no se nos corresponde. En realidad, no deberíamos quedarnos con las ganas de nada siempre y cuando no afectemos a nadie que no seamos nosotros mismos.

Pero con ella, vivo en la disyuntiva entre escribirle cartas o dejar de hablarle para ver si así dejo de quererla, sin embargo el torbellino que tengo como corazón se mueve con furia en todas direcciones buscándola, en cualquier parte del planeta Tierra e incluso fuera de esta constelación. Y cuando por fin lo logra, cuando al fin la encuentra y la ve, deja de ser un torbellino y vuelve a ser tejido musculoso y blando, sensible y totalmente expuesto, no hay hueso tan duro que pueda detener que bombeé cada vez más fuerte y reclame su cercanía, a veces con solo una mirada suya basta para seguir vivo.

Quererla es como negarle un dulce a un niño, entre más le digas que no, más se empeñará en conseguirlo. Porque sé que jamás corresponderá mi amor, y no tendría caso pensarle tanto ni amar tanto, sin embargo tampoco puedo reprimir el torbellino y dejar que me destruya como si el amor fuera un arma, una bomba de tiempo con la que se pretenda hacer daño a quien la posee y a todos a su alrededor.

Puedo querer a distancia, sí. Lo que no puedo es no saber qué hacer con tanto amor, con el cuerpo vibrando confuso, extrañado por retener lo que antes solía fluir con naturaleza y mantenía el equilibrio que daba vitalidad a mi simple existir como ser individual.

 
 
 

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