LA LUZ DE ENRIQUE LARA SACIÑA: I
- I. Heiriku
- 25 jun 2016
- 8 Min. de lectura
CAPÍTULO I:
LOUANGE À L’ÉTERNITÉ

Despierto por aquella luz que tantas veces atrás ha acariciado mi rostro. Esa luz que a pesar de siempre estar acompañada de tragedia, me envuelve en un ambiente de paz; no hay miedo ni tristeza cuando aquel ser celeste se introduce para anunciar la muerte.
Recuerdo que cuando ocurrió mi primer 'momento de luz' yo tenía seis años; en ese entonces vivía en Torreón, Coahuila, siendo esa misma ciudad la que me vio nacer. En casa éramos solamente mi madre y yo, sin embargo, era mi tía Ana con quien pasaba gran parte de los días, ya que su hermana trabajaba mucho para poder mantenernos; ella era gerente del restaurante de mis abuelos, siendo ese trabajo era lo único con lo que la habían apoyado cuando quedó embarazada.
Mientras mi madre trabajaba, mi tía y yo salíamos al parque o atendíamos al cine día tras día; cuando regresábamos a casa, mi madre estaba exhausta y se encerraba en su habitación. Lo cierto es que fue muy poco el tiempo que compartíamos juntos y aunque no aminorara la pena, su ausencia en mi vida ya era costumbre. Llegó la ocasión en la que mi madre le pidió a su hermana una semana entera en la que se hiciera cargo de mi.
-Sólo llévatelo a tu casa, necesito descansar. -le dijo a mi tía, sin reparo en que yo estuviese escuchando.
En esos momentos pensé comprenderlo, siempre llegaba fatigada del restaurante, creí que era justo que se diera un tiempo a solas, por más falta que me hiciera en mi infancia; por ello, jamás le reclamé que no estuviera conmigo... Pero conforme pasaron los años, llegué a entender que su cansancio era un motivo secundario con cual justificar su aislamiento. Ella se odiaba por haber quedado embarazada y por haber sido abandonada por mi padre -a quien hasta aquel momento continuaba sin conocer- y según confesaría mi tía mucho tiempo después, mi madre llegó a manifestarle que no quería verme pues le hacía recordar lo que para ella fue un penoso momento de inconsciencia y debilidad.
Mi tía, tras intentar explicarle cómo un niño necesita del contacto y cariño de su madre, aceptó el atenderme en su propia casa durante el tiempo que le había pedido.
-¡Pero acabando esa semana, vas a estar con él! ¡Te necesita, Valeria! Y si es necesario que me encargue del restaurante por unos días ¡Lo haré!
Por mi parte, a pesar de la nostalgia que sentía alejado de mi casa, me sentía curioso por dormir en terreno ajeno; mi tía preparaba cenas exquisitas, a la tercera noche yo estaba complacido por una convivencia hogareña que jamás había experimentado en casa, deseando internamente que aquellos anocheceres no tuvieran final... O eso fue, hasta que horas más tardes apareció el ser de luz.
Esa noche, desperté tras sentir una especie de brisa en el rostro, un extraño cosquilleo que invitaba a abrir los ojos. Toda la habitación estaba iluminada, no por un exceso de brillo sino por falta de sombras en la alcoba; me sentía tranquilo, sentía una clase de alivio que jamás he llegado a experimentar sin la presencia del benévolo espectro. Pronto, la misma caricia me hizo levantarme y fijar mi mirada en una masa sin forma cuyo 'cuerpo' se encontraba en perpetuo movimiento; brillaba como los astros pero sin provocar molestia alguna en los ojos; aquel ente se me acercó -era gigantesco- hasta quedar a tan solo unos centímetros de mí; mi cabeza estaba en posición misma que si yo hubiera estado intentando ver el foco. Su paz, su luz, su alma se llenaban en mí con cada respiro.
No sé cuanto tiempo habré estado en la tranquilidad que producía contemplar a aquel ser, pues tardó largo rato hasta que, finalmente, habló: <<Valeria Saciña Nava morirá en dos días>> escuché desde su centro, resonando en mi mente varias veces. No obstante, el nirvana en el que me hallaba no concluyó hasta que el ser y su luz se vieron extintos al cabo de unos largos minutos. Cuando las tinieblas lo ocuparon todo de nuevo, la tristeza y el miedo me invadieron en cuestión de instantes; corrí al cuarto de mi tía y balbuceando cuanto pude expliqué lo ocurrido: <<Fue solamente un mal sueño, Quique, no pasa nada>> me dijo, mientras me arrullaba. Seguí llorando largo rato hasta que el cansancio venció y quedé dormido en sus brazos.
Al día siguiente me sentía intranquilo y temeroso, quería volver a casa. Mi tía llamó a mi madre cuantas veces pudo, pero la llamada no entró siquiera una sola vez; mamá había descolgado el teléfono. Fuimos a mi vivienda, pero de Valeria Saciña no encontramos nada mas que la peste de los múltiples cigarros que debió haber consumido, y una nota que mi tía Ana no dejó que viera; años más tarde descubriría que en ella estaba escrito lo siguiente:
“Enrique, espero que me perdones por no ser la mejor de las madres, simplemente no he podido quererte. Tu rostro y tu existencia misma me recuerdan a tu padre día tras día y me recuerdan que por su culpa tuve que abandonar mi carrera, que por su culpa me dejaron mis amigas e incluso mis propios padres. Seis años he vivido odiándote y créeme que ese odio me ha dolido cada instante, me hace sentir un monstruo… Y tal vez lo sea. Espero que Ana te siga cuidando y queriendo de esa forma que yo jamás pude ni podré.”
Fue siete años más tarde cuando encontré esa nota en la caja fuerte de mi tía y me arrepiento gravemente de haberla descubierto, pues de todas mis fracturas es de las que más han dolido; mas no fue la primera, en realidad yo me considero roto desde que se encontrara, al día siguiente en la tina de un motel rumbo a Matamoros, a Valeria Saciña Nava con las venas cortadas por los cristales de una de las tantas botellas que la acompañaron en sus últimos momentos. A su funeral solo asistimos mis abuelos, mi tía y yo. Nadie más la iba a extrañar.
No pude dormir ni en mi casa ni en la de mi tía. Todo ese mes, mi imaginación se vio plagada por cientos de pesadillas tanto de noche como de día, llegué a temer que nuevamente me visitara esa luz en la que había confiado y sentido calma. Mi tía consideró que lo mejor sería mudarse, por lo cual no dudó siquiera cuando recibió una oferta de trabajo como directora de carrera en una respetada universidad de Buen Luján, Veracruz. Sin embargo, las pesadillas tardaron en borrarse -como la cicatriz de una muy reciente herida- y el ser de luz volvió a aparecer en varias noches a través de los años, hasta que me acostumbré a dormir poco y actuar indiferente con aquellos que sabía que iban a morir.
La mayoría de los nombres que el ser me anunció le pertenecieron a personas que llegué a conocer jamás. Rara vez se trató de un familiar -supe cuando moriría mi abuelo y que le seguiría mi abuela un año después- y solo en un par de ocasiones de gente que con la que llegué a trabar amistad.
Esta vez, su luminosidad fue imposiblemente más brillante y la paz que emitía me hizo sentir muy ligero; caminé hacia el ente y sentía que flotaba, a penas tocando el suelo. Lazos luminosos provenían de él; por vez primera fui capaz de comprender que aquellos eran el medio por el cual la luz me había acariciado tantas veces; con ellos es que deshacía las tinieblas para postergar la llegada del miedo y del lamento. Le observé durante varios minutos que -al igual que la luz y la calma- parecían ser eternos; lo cierto es que a pesar de no tener forma, aquel espectro es hermoso y de alguna manera, humano. En el punto más alto de la serenidad que sentía, el ente dio el aviso por el cual me había despertado aquella noche; a pesar de estar aquel espectro frente mío, su voz provino de todas partes incluyendo mi mente: <<Enrique Lara Saciña morirá en siete días>>. Asentí con la cabeza -no comprendiendo aun que aquel era mi nombre- y esperé la rutinaria extinción de la luz en mi alcoba; de la misma forma, la calma lentamente desvaneció y fue sustituida por una gigantesca melancolía abriéndose paso desde mi alma para transformar a las sombras nocturnas en terror.
Recuerdo que mis piernas fallaron en mantenerme en pie, recuerdo un grito y múltiples sollozos de desesperanza surgiendo desgarradores de mi garganta, recuerdo que intenté convencerme que aquello había sido un mal sueño; intenté dormir esperando despertar y encontrarme con señales que indicaran que todo lo había imaginado, intenté que tras cerrar los ojos pasaran horas que trajeran la luz del día; intenté dormir deseando no despertar para así evitar temer, evitar sufrir. Pero la soledad siempre fue mi mayor debilidad y mientras continuara rodeado de nada más que tinieblas, la tristeza seguiría calando mi alma con terrible frialdad.
Vestí la ropa que había botado al pie de la cama y tomé la llave de mi motocicleta. Antes de arrancar concentré mis esfuerzos en controlar mis temblores, en respirar con un poco de calma. Pensé en detenerme en la farmacia para comprar unos somníferos que me ayudaran a pasar la noche, pero había olvidado la cartera, incluso el celular; pude haber regresado pero en aquel momento concebía mi casa como un lugar contaminado por la melancolía, así que continué mi camino.
Llegué a la casa de Aarón. Sin teléfono, me vi obligado a llamar al timbre; le oprimí cuatro veces antes que alguien se asomara desde la ventana sobre mí, era una mujer con el cabello desmarañado y notablemente molesta por haber sido despertada a la mitad de la noche. <<¡Es Enrique!>> escuché protestar a Daniela, recibiendo un <<¡¿Y por qué te enojas conmigo?!>> como respuesta. Ella volvió a mirarme y gritó que Aarón iba a bajar a abrirme, después analizó mi rostro con más atención; sin duda percibió la desesperación mía pues pude ver su rostro de enojo transformarse en uno de avergonzada empatía.
-¿Estás ebrio, Quique, o qué te pasa? -Dijo Aarón mientras abría la puerta. Tomó su tiempo para observar mi rostro antes de poner su mano sobre mi hombro. -Pasa… -Tartamudeó, sin saber que más agregar.
Tomé asiento en uno de los sillones de la sala. En la cocina, Daniela ponía la tetera al fuego. Aaron echó seguro a la puerta principal y se sentó a mi lado.
-¿Puedo saber qué te ha puesto mal?
-No. -Dije, apenas un susurro.
-¿Es por falta de confianza?
-No... Es algo complicado de explicar en este momento.
-De acuerdo. -Suspiró; en ese momento, Daniela sirvió dos tazas de té sobre la mesa de centro. -¿Vas a pasar la noche aquí? -Preguntó Aarón.
-No quiero estar solo esta noche.
Aarón cogió su taza y calentó sus manos con ella por un momento, daba un sorbo de rato en rato. Por mi parte, las manos volvían a temblarme como lo hicieron cuando de salí de mi casa, no di mas que un trago al té. Después de cinco minutos de silencio, Daniela llegó con un par de sábanas y las puso sobre las rodillas de su novio.
-Vuelvo a la cama, que descansen. -Avisó, mientras Aarón le tomaba de la mano.
-¿Estás enojada? -Le preguntó.
-No, no… Yo entiendo. -Respondió, sonriendo con levedad. -Hasta mañana.
Aarón dejó su taza vacía junto a la mía, me dio una sábana y una vez me cubrí con ella me recliné sobre su hombro; comencé a llorar de nuevo. Me abrazó y acarició mi cabello para calmarme. Aarón es por mucho el mejor amigo que he tenido en años, pues no solo me entiende -pues le han roto tanto como a mí- sino que el apoyo que me ha ofrecido ha sido familiar; en ocasiones le consideré mi hermano y en otras el padre que nunca tuve. Su cariño y presencia lograron alejar el miedo y la soledad, permitiéndome sentir un poco de calma y quedar dormido mientras le abrazaba.
Desperté y mis ojos identificaron una tenue luz sobre mi rostro. Por un momento temí -como no había hecho en años- que fuera aquel ente otra vez; pero no era mas que el alba... Aunque tampoco fue gran alivio, pues se trataba de un día menos que habría de vivir.
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