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Para perdonarme hoy. VOL. I

  • Heriberto Sánchez
  • 12 abr 2017
  • 6 Min. de lectura

Para perdonarme hoy, he decidido empezar por acciones pequeñas. Para perdonarme hoy decidí despertar y no culparme por sentirme mal, dejé la emoción permanecer tanto como ha querido. Decidí no juzgarme, no llamarme flojo, mediocre, deprimido o tonto por estar más tiempo en cama pensando en él, por pensar que fue mi culpa. Decidí respetar cómo me sentía y dejarme ser, dejarme estar, dejarme sentir.


Para perdonarme hoy, visité el cuarto de mi mamá y trepé su cama como un niño chiquito, me acurruqué con ella y me le quedé mirando, la dejé verme el alma, mirarme a los ojos, ver mis heridas, mis angustias, mi dolor. Ella es mamá, no tiene que decir nada, no tiene que preguntar nada, lo siente todo, lo sabe todo. La dejé llevarme a desayunar antojitos y pedí una quesadilla grande con mucho queso, bistec y longaniza. Dejé también de juzgarme ahí, de llamarme gordo, inútil, flácido, esponjoso, lonjudo. Me perdono y me respeto por querer comer lo que quiero, cuando quiero, por querer vivir fuera del régimen, de la perfección, de la presión que yo mismo pongo sobre mí para sentirme bien conmigo. Hoy me permito cumplirme la mayoría de los antojos sabiendo que siempre podré volver a alimentarme bien, saboreo sin remordimiento los chocolates, la mantequilla, el pastel, los tacos y las quesadillas.


Para perdonarme hoy, decidí acercarme a la perrita que tiene la chica de la estética a donde fui a que me depilaran y mientras esperaba mi turno jugué con ella, la acaricié, la dejé recostarse en mí. Sentí su afecto, su cariño, la confianza que me fui ganando al ver que yo no era malo, que solo quería mimarla. Me dejé sentir un voto de confianza por un animal y me dije que estaba bien, estaba bien volver a sentir que podía ganar confianza otra vez, a pesar de haber traicionado la de alguien, de haberle dado todos los motivos para que desconfiara. Me dije que necesitaba volver a los básicos y empezar a ganarla con todos los seres vivos, desde los perros hasta los humanos. Decidí dejarme sentir bien por haber logrado que un perro desconocido se acercara a mí y jugara conmigo.


Para perdonarme hoy fui a depilarme la cara por el puro gusto de verme cómo a mí me gusta sin preguntarme “¿Para qué?” o “¿Para quién?” Dejando ese pensamiento agrio de saber que si no me hubiese tomado una mala decisión, que si no lo hubiese alejado, probablemente sería para él y para mí, que a él le gustaría verme las cejas bien formadas y la manera en que mis ojos y mis pestañas parecen más grandes, cómo se me ve más profunda la mirada; pero no.



Lo hice sólo por mí y para mí, porque necesito recordarme que me quiero, procurarme, decirme que no está mal buscar verme bien otra vez, que me merezco tener un aspecto primero decente hasta escalar a lo extraordinario, o hasta sentirme 100% a gusto conmigo mismo otra vez porque soy tan solo un ser humano, porque tomé una decisión equivocada y destrocé la visión acerca del amor para alguien, porque por mucho que traté de repararlo solo le hice más daño, me dañé a mí y lo decepcioné. Necesito recordarme que necesito quererme, que si no me quiero yo, entonces nadie más lo hará, empezando por respetar y cuidar lo que me refleja todos los días el espejo.


Para perdonarme hoy, decidí curar y tratar las heridas de mi perro. Al pobrecito le salen unas llagas en la piel por el calor tan intenso que a veces siente y no puede evitar rascarse, entonces las hace más grandes. Salí al patio y me acerqué lento a él, claro que vio que traía un spray en la mano y primero se alejó un poco, luego, conforme fue sintiendo mi tacto se quedó quieto hasta dejar que aplicara el producto en su herida. Vi cómo su cuerpo se movió un poco por el malestar y apartaba la cara, seguí aplicando el producto y le dije que yo sabía cómo le dolía pero que necesitaba hacerlo para que estuviera mejor, le dije que lamentaba saber que le dolía pero que era por su bien. Me dejé recordarme que a veces tenemos que hacer cosas que duelen por nuestro propio bien, que sigo siendo capaz de curar las heridas de otro ser vivo. Necesito también volver a confiar en mí en lugar de recriminarme una y otra vez porque sé que no llegaré lejos. Necesitaba aliviar el dolor de mi perro, así como a su vez sentir que me miraba con agradecimiento y calidez.


Para perdonarme hoy, le pedí a mi mamá que me ensañara a hacer pie de queso, puse el soundtrack de Amélie Poulain y amasé al ritmo vertiginoso del acordeón, me dejé llevar por las notas tristes y profundas del piano, aceleraba el ritmo cuando me sentía más cansado y me dolía más el brazo, podría decirse que ahí amasaba con el corazón. No dejé que la ámpula que se formó en mi dedo pulgar derecho me detuviera, cambié de mano y empecé a darle con la izquierda. Mientras amasaba también pensé en él, en cómo los dos amasábamos y amasábamos con nuestras manos desolladas una masa espinosa, dura y rasposa, pensé en el martirio que debió haber sido para él estar tan herido y aún así intentar quedarse conmigo, a costa de mi incomprensión pasajera, de mis ataques de ira, de mi impaciencia. Pensé en lo que fue para mí quedarme a costa de sentir que no aliviaba su dolor, del desgaste de la incertidumbre, del desasosiego. Pensé que de alguna manera ahora cada quien hacía su propio pie de queso, con el dolor y desgaste que eso conlleva, pero con la confianza de que después de horneado todo sepa mejor.


Pensé en las generaciones de mujeres por las que ha pasado la receta de ese pie y ahora llega a mis manos, un hombre, un hombre con ganas de pie, con ganas de endulzar su mundo. Pensé las circunstancias en las que tías y abuelas han hecho aquella receta. Algunas por necesidad, han cocinado hasta 30 o 40 de esos postres en un día, pensé en cómo terminarían sus manos si después de tan solo preparar dos las mías ya estaban cansadas y ampolladas. Pensé en todas las veces en que de pequeño yo comía rebanadas desmedidamente sin pensar en el esfuerzo o el cansancio que eso había conllevado. Pensé en la ironía de estar preparando algo dulce sintiendo cosas tan amargas, reparé también en la mirada de mi madre al verme absorto amasando y tal vez preguntándose qué estaría pensando y al mismo tiempo yo preguntándome qué estaría viendo ella en mí. De hecho apenas e intervino, ella sabía perfectamente que lo necesitaba y lo que estaba pasando, solo me dio indicaciones y me dejó hacer.


Para perdonarme hoy… Me he dejado ser yo. Tengo mucho trabajo por hacer, demasiado que trabajar conmigo y mucho en lo que podré mejorar. Es en días como hoy donde las cosas pequeñas cobran un sentido gigante, donde valoro todo lo que pasa conmigo y voy encontrando trozos de mí desperdigados por todas partes. No es una tarea de fácil, porque como dice el principito “Lo esencial es invisible a los ojos” Y yo con concuerdo, para perdonar, uno necesita ver con el corazón, escuchar con el alma y mandar de vacaciones un rato a la mente. Dejar de ser tan intelectual y sentir un poco más. Lamento escribir acerca de esto ahora cuando yo tuve la oportunidad de perdonarlo sin hacerle daño, sin separarnos, sin rompernos, sin alejarnos, ¿Aprecian la ironía? A veces me guardo más rencor por perdonarme a mí y por no haberlo perdonado a él cuando tuve que. Es una tarea difícil y sé que no todos los días serán como hoy.


Sé que no siempre podré poner en pausa mis deberes, sé que no todo será bailar al resguardo de las estrellas con las lámparas de la calle siendo testigo de los pasos que hago sobre la tierra, sé que no siempre podré comer lo que quiero y que necesito mantenerme en forma por mi bien y porque también me gusto fuerte y marcado. Sé que mi madre no siempre estará cerca ni siempre estaré en casa. De hecho estos son días muy efímeros, por lo que los tengo que aprovechar al máximo y recopilar el mayor número de piedritas posibles para reconstruir lo que rompí.


Desafortunadamente ya no puedo hacer nada por él, sé que mientras tuve el chance, aunque no siempre lo hice bien. Pero solo espero de todo corazón que él tenga días como estos también. Que salga y grite en una colina, que llore amargamente cuando lo necesite, que ría con una película, que se reúna con quienes lo aman, que sienta el abrazo cálido de su hogar. Que se encuentre también, que encuentre cada pieza y que construya algo mucho mejor, algo más alto y más fuerte porque él también lo merece. Espero un día al verme en el espejo reconocerme y perdonarme yo, mientras a su vez en ese momento siento su perdón.



 
 
 

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