LA VISITA
- I. Heiriku
- 15 jun 2017
- 4 Min. de lectura

Desperté al sentir que alguien me miraba. Decir que estaba asustado sería incorrecto, pues hace años que no le temo a nada; por mucho tiempo, mi mayor temor había sido el dolor de mi esposa, cuando la paz y lucidez le duraban un par de días, cruelmente sustituyéndose por dolores que la muy pobre intentaba describir a través de balbuceos y alaridos, manteniéndome insomne junto a ella, sin poder hacer más que tomar su mano y besarle la mejilla. Cuando murió, todo me dejó de preocupar; agradecí al cielo por abrirle las puertas, finalmente liberándola del sufrimiento.
-¿Hay alguien ahí? -pregunté a la oscuridad. -¿Quién está ahí? -Nadie contestó.
Me levanté de la cama, sintiéndome extrañamente ligero y percibiendo, de alguna manera, que la persona se había desplazado a la sala. Salí de mi habitación y me encontré a una muchacha en uniforme escolar, de aproximadamente quince o dieciséis años, mirando los retratos sobre el altar, iluminados solamente por la veladora que prendo cada noche para la virgen. La joven acarició la fotografía principal, la más vieja de todas, donde Silvia carga a nuestro primer hijo; luego se giró hacia mí. Era encantadora, con ojos tan coquetos como los de mi hija y su boca sonreía con naturalidad, como si fuera parte de ella el transmitir alegría o en sí la personificara.
-Mauricio Osuna. -¿Cómo sabría mi nombre? -Vine a decirte que estoy enamorada de ti.
-¿De mí? -Tosí una risa. -¿Cómo una joven tan bonita se enamoraría de un viejo feo y choncho como yo? Aparte que estoy muy lejos de poder corresponderte, niña.
Me acerqué un par de pasos. -¿Quién eres? ¿Cómo entraste a mi departamento?
Pero como ignorando mis preguntas, simplemente continuó.
-Estoy enamorada de ti por cómo cuidabas de tu esposa en sus más dolorosos momentos, por cómo rezabas pidiendo a dios que te enviara a ti el sufrimiento en vez que a ella.
-¿Cómo sabes eso? ¿Quién eres? -Pregunté sobresaltado.
-Mauricio, estoy enamorada de ti por tus boberías, por tu dulce humor, por las risas que producías para hacer olvidar la pena. Estoy enamorada de ti por las noches en Guanajuato, justo después que el doctor anunciara el cáncer.
Un año antes de su muerte, Silvia se había quejado de dolores y mareos, fue entonces que la llevé al médico y este le diagnosticó aquella terrible enfermedad. Sin embargo, fue la propia Silvia quien rechazó tratamiento alguno; “¿Para qué postergar lo inevitable?”, había dicho ella, “Las terapias de mi madre no hicieron mas que extender su dolor, aparte de tenerla triste día y noche, incapaz de disfrutar un sólo momento del año y medio que sobrevivió. Doctor, recéteme todo lo necesario para aminorar el dolor, pues si mi muerte ha de venir habré de divertirme antes, tan siquiera”. Era una mujer necia, nadie la logró hacer cambiar de opinión; en vez de eso, me exigió que la llevara de paseo a Guanajuato, para recorrer las callejoneadas y escabullirnos al "Callejón del beso" como hicimos alguna vez, cuando éramos jóvenes.
-Mauricio, estoy enamorada de ti por haber sido tan buen padre. A Juan Carlos lo hiciste un hombre respetuoso, noble y lleno de empatía; no es sorpresa alguna que su esposa le ame tanto, pues como tú entiende los sentimientos de quienes le rodean e ignora los prejuicios con tal de valorar el alma. Mientras Paulina, tan fiera como su madre, tiene a la vez un humor pícaro y ridículo como el tuyo.
>Mauricio, estoy enamorada de ti por las flores sorpresa, los chocolates y serenatas que incluso en los tiempos en los que el dinero escaseaba te esforzaste por entregar cada aniversario, cada cumpleaños, o simplemente cada vez que el corazón te lo dictaba. Estoy enamorada de ti por no haber descansado hasta conseguir un trabajo digno, por ahorrar más de un año a costas de tu alimentación para comprar tu primera casa y demostrarle a tu suegro que sí podrías mantener a tu esposa, misma que tu madre tardó años por aceptar hasta que nació Juan Carlos.
>Pero sobre todo, estoy enamorada de ti por el día que nos conocimos. Yo vestía este mismo atuendo del colegio, cruzaba el parque en mi camino a casa, mientras tú ibas en bicicleta con tus amigos en sentido contrario al mío. Me viste y tus ojos brillaron, perdiste el equilibrio y tus amigos se burlaron cuando golpeaste el suelo; luego te levantaste, dejando la bicicleta tirada y te acercaste a mí. Debo admitir que me asusté un poco, pero ese temor quedó a un lado cuando, después de mirarme a los ojos, me preguntaste: “¿Bueno, no me vas a pedir perdón por hacerme caer?”. Bufón, nuestras citas son momentos que atesoro con toda mi alma. Tus visitas prohibidas me ponían nerviosa, más que por mi padre me preocupaba que te fueras a caer de la ventana... Y nuestra boda, la veo una y otra vez en el cielo como quien mira su película favorita. Mauricio… Estoy enamorada de ti.
Aunque no sentía mis lágrimas, sabía que estaba llorando de la alegría.
-¡Silvia mía! -Exclamé, corriendo hacia sus brazos.
Mientras la abrazaba me vi fugazmente en el reflejo de su retrato, tan joven como hace más de setenta años.
-¿Por qué tanto secretismo, tontita? -Le reclamé riendo, para después besarla toda una eternidad.
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