El rey de la miseria
- I. Heiriku
- 5 ago 2017
- 1 Min. de lectura

Nací en un trono.
A mi espalda un obelisco,
Delante: la fuente de la vida.
Nací siendo el más sabio,
Nací siendo el más viejo.
La corona a mi frente ceñida;
Condenado a ser demonio
Dentro de un palacio sin salida.
Fui un sol sin calor
Sobre un pueblo sin esperanzas.
Mucha hambre para alabanzas,
Con frío y temor.
Poco pude dormir;
Gritos fuera y dentro del palacio.
Pesadillas y soledad,
Pesadillas y cansancio;
El tormento de mi eternidad.
¿Jamás habrá tranquilidad?
Fui un sol sin calor.
Pido perdón por la eterna noche,
Por el hambre y el dolor.
¡Pido a mi pueblo que me perdone!
Llegó un ejército invasor
Alas puertas del antiguo reino,
Fueron recibidos con gran clamor.
Se sentía un hedor dañino,
Al marchar entre los cadáveres
Que dejaron el hambre y las pestes.
Abrieron los muros del palacio;
No había quien lo protegiera.
El capitán avanzó despacio,
Sin que nadie le acompañara,
Se quitó el casco, sacó la espada,
Mirando a la silla dorada.
-¿Quién eres? -Preguntó al anciano.
-¿Dónde está el dueño de ese trono?
¿Dónde está el culpable de las pestes?
¿Quién le ha fallado a este pueblo?
¡Mírame, exijo que contestes!
¿Dónde está el rey de este yermo?
-Fui un sol sin calor.
Respondí al hombre de armadura.
-Que condenó a su pueblo al dolor,
A la peste y amargura.
-Te ruego me mates,
Pues duele el arrepentimiento.
Pero antes, te advierto,
Que no bebas de aquella fuente,
Que derribes aquel obelisco,
No te sientes en el trono;
Pues son martirio eterno,
Son mil noches de insomnio.
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